4 de mayo de 2010

Relación embarazosa



Pasó con velocidad por el pasillo, camino al baño. La puerta de su cuarto estaba abierta, y advirtió que ella no estaba en su cama. Mientras orinaba, pensó en dónde era que podía estar. No la había visto ir hacia el lado del living. No es un departamento muy grande, tampoco. Si no está en su habitación, debe estar en la mía. No es que nos sobren lugares. Se lavó las manos y salió a buscarla. Efectivamente, se había pasado de cama. No era la primera vez, pero nunca le preguntó por qué lo hacía. En su afán, casi enfermo, de querer consentirla, se preocupó porque quizás su colchón ya no le resultase cómodo. No sea cosa de que en su estado, encima la haga descansar mal. Le preguntaría cuando despierte.
            El chiflido de la pava le avisó que el agua ya estaba hirviendo, pero también le hizo dar cuenta de que permanecía allí, inmóvil. La veía dormir, totalmente embelesado. Sin pensar en lo que hacía, dejándose llevar, se arrimó hacia ella y se sentó a su lado, en el colchón. No le quitaba la mirada, hipnotizado por semejante perfección. Estaba convencido, desde hacía unos meses, de que ahora estaba dotada de una hermosura aún superior

Le pesaba mucho amarla de esa manera. Eran amigos desde hacía algunos años, muy íntimos. Él sabía todo de su vida, y ella casi todo de la de él, que, obviamente, nunca le confesó lo que sentía. Representaría un golpe muy duro y movería los cimientos de una relación entrañable. Él ya tenía asumido que tenía que ser así. Viviría con su verdad callada, con tal de conservarla, al menos como amiga. Es mejor aceptar esto que no tenerla conmigo, solía decirle a sus amigos, quienes no lo apoyaban en lo más mínimo. Su existencia era un eterno y continuo conflicto interno entre lo que sentía y lo que creía mejor para que sus vidas siguieran sobre los mismos rieles. Nunca llegó a considerar seriamente el declarar su amor, porque creyó desde siempre que ella antepondría la amistad. Prefirió evadir y rodear ese tipo de pensamientos siempre, cobardemente.
 Hace unos 7 meses, ella acudió a él nerviosa, temblando, no pudiendo parar de llorar. “Estoy embarazada. ¡Estoy embarazada de ese hijo de puta! ¡¿Podés creer?!” Y no, él no podía creerlo. Lo dejó petrificado. Está bien que él había elegido actuar el papel de testigo en la vida amorosa de ella, pero no esperaba semejante golpe de knock out. Suponía que alguna vez llegaría un momento así, pero no todavía. Lo tomó con la guardia baja. Ya hacía un mes que no estaba con la ex pareja y pensó que lo había sacado de su vida, que no volvería a escuchar de ese. “Estoy de 4 semanas.  No sé qué hacer. ¡Ayudame!”.

Ahora la miraba de cerca, ya en sus 8 meses, rozagante. Intentó correrle el pelo que le había quedado pegado al labio, pero la despertó sin querer con un torpe movimiento. Iluminó todo el cuarto al abrir sus ojos. Le sonrió, contenta de encontrarlo ahí al despertar. Le tomó la mano y la llevo hacia la panza. “Estaba soñando que se llamaba como vos”. Pero él se rehusó a llevar la conversación hacia aquel lado:
-         ¿Por qué  te cambiaste de cama? ¿Estás incómoda?
-         Necesitaba sentir tu perfume. Me siento sola cuando no estás.
Él oía esas palabras resignado, y asaltado por esa opresión en el pecho que ya venía a visitarlo cotidianamente y que no lo dejaba respirar con normalidad. Tal era su impotencia, y tan habitual…
-         Vení, acostate conmigo. Abrazame. – le pidió ella. Él procedió según sus indicaciones, con exagerado cuidado. Cada tanto, ella le hacía esas invitaciones al cielo. – No merecés llevar esta vida. No tenés por qué estar atado a nosotros.
-         Si hubieras elegido bien al padre, no me estarías haciendo pasar por esto.- Le dijo, con su acidez característica – Sabés que no te voy a dejar.
-         ¿Nunca?
-         Por ahora. Después, vemos. Ya vas a tener otro hombre que te cuide.

     Con sobrados esfuerzos, ella logró girar para quedar cara a cara. Nunca se quedaba sin retrucarle. Se le acercó, y le dijo al oído, desafiante:
-         Le voy a poner tu nombre. Así que no me vas a dejar nunca. Ni a mí ni a él. Ya no es una decisión que te corresponda tomar a vos.